Diciembre de 1960. ¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas lo que sucedió en noviembre de ese año? ¿Cómo celebrar la navidad mientras tantos sufrían? Ese fue el año del arbolito sin luces. Y el año en que de alguna manera los Reyes Magos se olvidaron de mí. La distracción de mi madre no es sorpresa ahora, aunque dolió en su momento. Y gracias a los tíos y los abuelos pude desenvolver y agradecer regalos el 6 de enero.
La voz de mi abuela levantando la copa de sidra, porque para Champán no había, y brindando truculentamente, "Los judíos dicen, 'El próximo año en Jerusalén', yo digo, ¡El próximo año sin este hombre!"
Qué bien recuerdo las miradas y los murmullos de sus ocho hijos, con sus cónyuges y sus niños, sentados alrededor de la gran mesa de madera rústica del comedor de atrás. ¡Mamá! murmuraron al unísono.
Pues claro, porque en aquellos tiempos las paredes escuchaban y reportaban. Realmente no recuerdo si hubo fiestas, si hubo bailes, o muchas luces en El Conde. El Santicló de La Margarita posiblemente rió a carcajadas, pero no lo ví. Lo que sí recuerdo es que había una pesadumbre, una niebla gris de pena y de humillación que azotaba a pesar de la dulce brisa navideña. ¿Las Arandelas? ¿El Martiniqueño? ¿El perico ripiao? No los recuerdo. Lo que sí recuerdo es que un mes antes, unos carniceros habían martirizado a tres hermanas indefensas y su chofer y el pueblo tenía luto. De vez en cuando se oía alguna que otra bomba. Fútil resistencia ante un régimen encarnecido. Las calles se veían vacías. Era peligroso salir por la noches; los agentes del SIM tenían amplia potestad para detener a cualquiera y desaparecerlo. Una sociedad aterrorizada, al desnudo, sin fuerzas ni armas para sublevarse.
Recuerdo el arbolito en mi casa, puesto a duras penas porque mi hermanito acababa de cumplir dos años y debía tener su recuerdo de Navidad. Pero Mamy no prendió las luces. Otra tímida demonstración de resistencia pacífica. Y los regalos fueron pocos. Y todo se envolvió en aquella miasma desesperante. Nadie podía imaginarse en ese momento lleno de fatalidad, durante aquella Navidad vacía y siniestra, que exactamente doce meses después estuviéramos cantando un nuevo merengue que nada tenía que ver con las insensibles alabanzas anteriores: "Navidad con Libertad".