1958 - El joven fotógrafo dijo estar encantado con los ojos de estas primas. En mi familia nadie tomaba fotos; para cada ocasión se llamaba a un fotógrafo profesional. Fotos en grupo, todos siempre serios o medio sonreidos, formales, con un trasiego victoriano a mediados del siglo veinte. Recuerdo haber jugado con una vieja Rolleiflex olvidada en alguna gaveta de los abuelos pero nunca usada por los adultos.
Sucedió durante una fiesta familiar en casa de uno de los tíos. Este fotógrafo era diferente. Con algo de Papparazzo, buscó la manera de plasmar personalidad en cada una de las tomas de esa tarde. Cuando las fotos llegaron se comentó que el muchacho tenía talento y llegaría lejos. No volvimos a saber de él hasta que unos dos años después el tío que lo había contratado nos contó su historia. En busca de mejoría en su vida, el joven se enlistó en las Fuerzas Armadas. Su trabajo lo llevó a fotografiar la invasión del 14 de junio de 1959 y más adelante la tortura y muerte de sus héroes. El corazón artístico de un joven amante de la vida y la belleza se volcó ante el horror que captó en sus imágenes sangrientas. Un rollo de película se puede velar, un negativo se puede quemar; la mente de este ser humano no pudo aceptar ni borrar ni velar ni quemar lo que sus ojos y sus oídos habían presenciado. Al poco tiempo, como otra víctima sin nombre de La Era, se suicidó.
Corto, preciso y muy bueno!
ReplyDeleteEl baúl de los recuerdos se abre solo y se desparrama como y cuando quiere.
DeleteWaoooo ..tremendo oh Dios
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