"Radio Punta Arenas", "Desde La Habana, Cuba, esta es la CMQ", "Ici Radio France International", "This is the BBC", "The Voice of America".
En la quietud de la noche tropical y a bajo volumen, se oían las voces y los acentos de otros países. Se escuchaban noticias que al día siguiente se pasaban en voz baja en un juego macabro de "telégrafo".
Muchas veces, en el mejor momento estallaba la estática ya fuera por razones atmosféricas o por el 'jamming' de los agentes de la represión. A veces por semanas era imposible sintonizar alguna estación venezolana o argentina que de repente volvía a deleitarnos con su música, pero sobre todo con su información.
Esos radios, precursores por muchos años de la red cibernética que hoy nos abruma, eran nuestra vía de escape al igual que nuestra línea de contacto más directo con el resto del mundo. En un país donde conseguir un pasaporte sin ser participante en el régimen era una imposibilidad, el radio era la ventana abierta, el cerrojo levantado que nos invitaba a soñar con otras tierras, otros afanes y con aquella idea misteriosa, sublime, esotérica, llamada "Libertad".
Sabíamos de memoria las siglas de cada estación y en qué momento sintonizarlas. Sabíamos que había un ancho mundo detrás de esos tubos de vidrio y esos botones de bakelita. Lo que no sabíamos y tal vez ni nos atrevíamos a preguntarlo, era si los habitantes de aquellos mundos lejanos sabían que existíamos.